En un artículo de opinión publicado hoy en el diario La República, Alberto Adrianzén ha puesto un punto sobre una de las íes que deberían preocupar a los políticos e intelectuales de izquierda en el Perú: dejar la actitud defensiva y complaciente de vivir sobreviviendo dentro de un sistema al que se critica y se condena.
Y esta observación no va dirigido sólo a los "viejos" dirigentes de la izquierda de los años 70 y 80, sino también a los que después de ellos nos hemos comprometido, a menos de boca para afuera, de apostar por un nuevo orden y una nueva sociedad. No está sólo dirigido a los que se mueven dentro de la esfera oficial y estatal (parlamento, municipios, universidades) sino también a aquellos que desde la sociedad civil (o "las bases") compuestos por colectivos sindicales, estudiantiles y barriales, realizan actividades "militantes" que no pasa de realizar reuniones en el centro de Lima y en algunos distritos de lo conos de Lima en el que se difunde una retórica autocomplaciente y de reafirmación de "ideas fuerza" que componen la vieja ortodoxia, pero que se muestra incapaz de toda acción y prensamiento creativos.
No está de más señalar a aquellos desesperados por esta esterilidad creativa para formular e impulsar un proyecto de transformación social en nuestro país, prefieren la fácil actitud de subordinar sus ideales a líderes que no representan dichos ideales. Nos referimos a los que impulsan un acuerdo con el nacionalismo, que en el mejor de los casos lograría un acuerdo electoral para el 2011, o a aquellos que se encuentran adheridos e impulsando el proyecto chavista en el Perú como expresión de un socialismo del siglo XXI, pero que logran cómodos viajes y pasantías al exterior que les permite prácticar el "turismo político". Con ello encuentran una manera de justificar vivir dentro del sistema imperante sin, supuestamente, traicionar sus ideales revolucionarios.
Tampoco habría que olvidar a los dirigentes sindicales que hoy en día se han convertido en entes burocráticos que viven de sus cargos gremiales, con los privilegios que ello conlleva. Dirigencias que impulsan reivindicaciones gremiales de suma importancia para el trabajador pero que son incapaces de convertirla en una fuerza social transformadora, es decir, de convertirla en movimiento político. Un ejemplo de ello son los derechos de los trabajadores de Construcción Civil, cuyos trabajadores mueren o quedan lisiados por trabajar en condiciones lamentables sin ningún tipo de protección. El Estado, a través del Ministerio de Trabajo y los Municipios, no realiza inspecciones o estas son complacientes con las empresas constructuras, la mayoría de ellas informales. ¿Qué hace el gremio de Construcción Civil? Nada. Por que en un verdadero proyecto de transformación social, la sociedad civil debe comenzar a asumir las responsabilidades del viejo Estado, reemplazándolo en sus funciones hasta hacerlo obsoleto. ¿Por que el principal gremio de los trabajadores de Construcción Civil no visitan los cientos de edificios que se están contruyendo en función de la actual especulación inmobiliaria pactada entre el Estado y las empresas constructoras, con una reglamentación cada vez más flexible, y denuncia estos casos ante la opinión pública buscando su apoyo? Prefieren el discurso radical para las asambleas del gremio y los medios de comunicación, pero la pasividad frente a la realidad de los trabajadores. Prefieren las entrevistas y las fotos del escenario oficial a un trabajo arduo y duro de organizar a los trabajadores.
Tampoco nos quedemos en el mero reclamo a estos dirigentes. Sino están dispuestos a cruzar la línea, ¿por que tenemos que esperarlos? ¿por qué tenemos que exigirles que nos encabezen? Hagamóslo nosotros mismos.
La invitación está lanzada. ¿Quiénes se animan?
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12 enero 2008
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